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El mundo rural asturiano no puede más

Es obligación del próximo gobierno asturiano elaborar un proyecto integral de rescate del mundo rural: detallado, concreto y con un calendario de compromisos a cumplir.

Y es que el medio rural, y el sector agrario en particular, que es el que lo ocupa mayoritariamente con su actividad, malvive sumergido en una tormenta perfecta perjudicial que arremete desde todos los lados. Desde la industrialización, el campo ha sido siempre, arbitraria y arbitrariamente, el pariente pobre de la economía asturiana y una dedicación apenas mimada. Esto se hizo evidente durante la reconversión. El trato a la minería, la siderurgia y el naval nada tuvo que ver con el de la ganadería, sometida a una liquidación brutal, silenciosa y barata. Tanto a los supervivientes del golpe como a los valerosos que intentan resurgir de entre los escombros -a quienes los ciudadanos, afortunadamente, ven ahora como imprescindibles-, la desatención gubernamental para afrontar la bancarrota de su mundo les coloca al borde del precipicio.

De la agricultura y la pesca vivían en Asturias 77.000 personas en 1980. En la actualidad, 11.000. Tan sólo el 5,6% son menores de 35 años. Un 55,8% tiene más de 55 y ve acercarse la meta de la jubilación sin que aparezca un relevo. Si la región sigue perdiendo agricultores, ganaderos y marineros al mismo ritmo, el peso de estas tareas será pronto testimonial. Una realidad demográfica y las medidas de escasa enjundia impulsadas por la Administración en los últimos años no invitan a pensar que la progresión vaya a truncarse.

Este entorno olvidado ocupa el 84% del suelo asturiano y es determinante para mantener el reequilibrio territorial y poblacional. La inmensa paradoja reside en que no existe una gran apuesta por revitalizar a los productores agrarios y a la industria transformadora en un Principado tan falto de incentivos económicos. Existe mercado. La marca » asturiana» se vende y el propio consumidor demanda productos auténticos y con sello de calidad. Pero todas las políticas y requisitos parecen diseñados para disuadir a quienes eligen esta opción.

Desde siempre, los ganaderos han cumplido sin rechistar con lo que les pedían los gobernantes. Primero, modernizaron sus establos, con un fuerte desembolso en maquinaria para un terreno montañoso difícil de mecanizar. Después, compraron cuota láctea para poder trabajar, una adquisición en vano. La producción se redujo tanto de este modo que ni siquiera se cubrió la demanda. Pronto se suprimieron las limitaciones, haciendo inútil el gasto. Más tarde, se les animó a cambiar sus vacas lecheras por otras destinadas a la producción de carne. Siempre hubo obstáculos, aunque la última acumulación, a través de la inflación, los empina como la rampa más empinada del Angliru.

Con el abandono de los poderes públicos que dieron más importancia a la ciudad que al campo, se instaló el sentimiento de desamparo. Con la hemorragia que vació los pueblos, el de orfandad. Ante la falta de sensibilidad para resolver los conflictos, el sentimiento de incomprensión. Y con el desorden en la gestión de los montes, que todos los políticos denuncian y ninguno arregla, la impotencia. Por si no fuera suficiente, llegan los incendios para añadir impotencia al cóctel. Los agricultores se sienten señalados por quienes subrepticiamente sugieren que actúan de forma irresponsable o que queman en beneficio propio.

Sin embargo, el sector empieza a moverse, aquí y en toda España. Precisamente, la gran manifestación que, en vísperas de las últimas elecciones autonómicas y municipales, recorrió las calles de Oviedo supuso un importante punto de inflexión, además de dar salida a un estado de malestar que se arrastraba desde hacía tiempo. Las organizaciones agrarias consiguieron por primera vez unirse en sus reivindicaciones -incluso sumando a su causa a empresarios, cooperativas, almacenes de piensos, transportistas…-. Fue una exhibición de fuerza desconocida hasta entonces que contó además con el apoyo de los ciudadanos –la tractorada fue recibida desde las aceras con aplausos– y que luego se tradujo en un maremoto electoral. El castigo en las alas al partido en el Gobierno tiene que ver, aunque le pese a los propios socialistas, con la rabia de esos miles de agricultores decepcionados, defraudados y desanimados, pero que no se resignan a ver morir el campo sin abrir una rendija a la esperanza.

La escasez no se soluciona con buenas palabras. En cuanto a las comunicaciones en el Occidente y la contención del lobo en el Oriente, las personas afectadas sólo han visto promesas, pero no han visto medidas concretas. Y la inmensa burocracia para recibir ayudas, el único salvavidas de emergencia que les queda a agricultores y ganaderos, las hace demasiado a menudo inalcanzables. La obligación de abrir un «cuaderno digital» para poder acceder a algunas de ellas es un sarcasmo cuando los beneficiarios apenas utilizan ordenadores y viven en zonas con pésima cobertura.

Es obligación del próximo Gobierno asturiano diseñar un plan integral de rescate del mundo rural. Detallado, concreto y con un calendario de compromisos a cumplir. Puesto que el medio rural, seña de identidad de Asturias, no puede seguir soportando esta agonía. Porque sus gentes no merecen tanta indiferencia, ni migajas por compasión.


 

 

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