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El turismo rural que se queja de los ruidos de pueblo

Prohibir abonar a los ganaderos o los cencerros por el ruido: el turismo rural que se queja de la vida de pueblo

Varios ayuntamientos cántabros han obligado a sus habitantes a dejar de realizar prácticas tradicionales por denuncias de turistas o visitantes a los que incomodaban estos hábitos

Turistas que buscan el contacto con el medio rural, pero a los que no parece emocionarles la realidad de la vida en el campo. Así se podría resumir un tipo de visitante que acude a Cantabria, ya sea de forma esporádica o bien con segunda residencia, y que trata de modificar las costumbres locales que consideran molestas para sus vacaciones. Esto, lejos de considerarse algo residual, ha tenido varias manifestaciones en los últimos años en una comunidad acostumbrada a tratar con un turismo cada vez más numeroso en la temporada estival.

La última evidencia de estas discrepancias ha ocurrido recientemente en Herrera de Ibio, donde la propietaria de una casa rural reclamó al párroco de la localidad que la iglesia del pueblo retirase las campanadas entre las 23.00 y las 08.00 horas para que sus huéspedes no tuviesen que soportar los ruidos. Después de tres semanas con las campanas silenciadas y una batalla pública de la que se hicieron eco ampliamente las redes sociales, los vecinos consiguieron recuperar un sonido que, lejos del sentido religioso, para ellos suponía una costumbre más.

Pero echando la vista atrás, las polémicas se han multiplicado a lo largo de los últimos años, aunque en todos estos casos no se ha terminado volviendo al estado original, sino que la fuerza de voluntad de estos visitantes ha logrado que los propios ayuntamientos establezcan sus deseos como nuevas normas en el municipio.

Una de las primeras localidades dispuestas a cambiar su forma de vida fue Bareyo, que en 2014 implantó la obligación a los ganaderos de no verter estiércol en sus fincas entre el 1 de julio y el 31 de agosto con la única justificación de que se estaba en “época estival”. A pesar de las críticas no hubo cambios y, de hecho, otros ayuntamientos como el de Ruiloba decidieron replicarlo en 2021 aunque esta vez no a través del bando municipal, sino con una ordenanza en la que, según la concejala no adscrita de Ciudadanos en el municipio, Mar Bielva, se prohibía abonar en tiempo de sequía “para evitar los malos olores derivados de la actividad ganadera”.

Y cerca de Ruiloba, en Comillas, la Junta de Gobierno Local decidió en 2019 “prohibir los cencerros de las vacas” en el barrio Estrada debido a las molestias que estos causaban a los vecinos, quienes defendieron que “los cencerros tienen sentido en el monte o en el campo, pero no en una zona urbana con viviendas próximas”. Comillas es uno de los municipios de Cantabria con más turismo y, sobre todo, uno de los que posee más turismo de segunda residencia. De hecho, el barrio Estrada es el preferido por los madrileños, tanto es así que allí tienen su propio club privado donde se dan cita grandes empresarios del IBEX o líderes políticos de ámbito nacional que veranean en la zona como Iván Espinosa de los Monteros o Rocío Monasterio.

Precisamente, hace unos días la Policía Local de Comillas hacía una publicación en su Facebook tras recibir quejas de turistas indicándoles que “no perdiesen el tiempo” en llamarles “quejándose de ruidos u olores derivados de estas actividades”: “No vamos a hacer nada en absoluto”, rezaban en el comunicado alegando su apoyo “total” a estos sectores y recordando que estas ‘molestias’ forman parte “del encanto de esta tierra”. En cambio, esta no suele ser una posición habitual por parte de los consistorios, que tienden a preferir quedarse al margen de polémicas.

Por ejemplo, el municipio de Soba implantó en 2018 la prohibición de dejar ganado suelto por el monte. La razón por la que se tomó esta decisión fue la denuncia presentada por una familia que se encontraba realizando la ruta de la Cascada del Asón y que acudió al Ayuntamiento a quejarse. El resultado fue la obligatoriedad de no dejar animales sueltos “en vías públicas” desde ese momento.

Además, y dejando de lado a los animales, el Ayuntamiento de Miengo implementó una norma hace dos años que tuvo repercusión en las redes sociales, y es que, el carril bici del municipio podía pasar a utilizarse como aparcamiento entre el 15 de junio y el 15 de septiembre. Otra queja recurrente de la que se hizo eco la web ‘Postureo Cántabro’ es la de la ropa tendida en casas que los turistas consideran ‘fotografiables’. Así, desde este portal ponían de ejemplo Bárcena Mayor, donde las casonas montañesas inundan cada rincón del pueblo y donde viven personas que necesitan poner su ropa a secar, aunque convierta la postal en menos ‘instagrameable’.

En otros territorios también han ocurrido anécdotas similares como el caso de Asturias, donde un hotel rural trató de cerrar un gallinero por molestar el canto de los gallos a sus turistas. Sin embargo, el caso de Cantabria resulta especialmente llamativo porque la comunidad, además de recibir visitantes e incluso cambiar costumbres por ellos, cuenta con fiestas “del turista” como la que se ha celebrado en Puente Viesgo en los últimos días y que ya lleva varias ediciones.

 

 

 

 

 

 


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