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Cuando me propusieron esta colaboración, al principio me pareció de no demasiado interés para vosotros, los lectores, pero al final me convencieron para compartir una experiencia que podría ser interesante de relatar.
No se trata más que de describir los primeros pasos de un recién licenciado en Veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid que, tras empezar a ver la realidad fuera de la Facultad, haciendo prácticas con profesionales en España, tuvo la gran oportunidad de ampliar su recorrido inicial como veterinario en Estados Unidos para luego volver a desarrollar su trabajo en España.
El objetivo de este artículo es el de establecer una comparativa entre los dos sistemas de trabajo (español y americano) para un veterinario de campo de vacuno de leche.
Este artículo no incluye un recorrido científico profundo, ni tampoco tiene como objetivo ser una comparativa exhaustiva entre los procedimientos de trabajo en cada región, tan solo trata de compartir una experiencia vital de un joven veterinario enfrentándose al inicio de la vida profesional.
Afortunadamente, he tenido la oportunidad de ver granjas de vacas de leche desde que era un niño, y cuando ves una granja a esta edad te llama la atención poco más que los terneros. Desde entonces, siento que he estado viendo granjas y más granjas hasta hace relativamente poco de la misma manera, como un niño.
Según vas avanzando en la carrera y vas haciendo prácticas de campo, aprendes a ver de otra forma lo que tienes delante pero, sinceramente, creo que hasta que no te enfrentas a la gestión de una granja y a sus problemas tú solo, no la ves como se merece.
En mi caso, este cambio de perspectiva ocurrió allá por 2018, cuando acabé la carrera y me fui un año a hacer una residencia como colaborador de investigación con el equipo del Dr. José Eduardo Santos, en la Universidad de Florida, en Gainesville. Allí fue donde tuve que enfrentarme a situaciones reales de granja solo, por primera vez.
La primera granja en la que estuve trabajando era de las “pequeñas”, la granja de la Universidad, con unos 500 animales en ordeño. Fue en la que más tiempo pasé ya que era donde se llevaban a cabo las diferentes investigaciones en las que participé.
Lo que más me llamó la atención fueron los protocolos de trabajo: absolutamente todo está protocolizado y los trabajadores tienen que seguir los pasos estipulados ante cada situación con la que se encuentren.
Para hacernos una idea, estaban estipuladas hasta las horas a las que había que arrimar la ración a las vacas.
Al principio pensé que ese estilo de trabajo era exclusivo de esta granja, ya que dependía en gran parte de los profesores de la Universidad, todos grandísimos profesionales veterinarios reconocidos a nivel mundial pero, según fui visitando más granjas, empecé a ver que el uso de ese tipo de protocolos estaba bastante generalizado.
Cuando empecé a visitar granjas más grandes (de unos 4.000-5.000 animales en ordeño), donde ejecutábamos los programas reproductivos y colaboraba en algún que otro estudio de investigación, me di cuenta de la utilidad de esos protocolos.
En granjas con este volumen de animales es muy difícil detectar un problema puntual. Además, no se puede perder demasiado tiempo en la toma de decisiones, ya que todos los procesos tienen que estar perfectamente engranados para que la granja siga su ritmo.
Como ejemplo, cuando hacíamos el control reproductivo en estas granjas teníamos que dar un diagnóstico de gestación en unos 20 segundos, ya que las vacas se ecografiaban en una manga nada más salir del ordeño, y si tardabas más de la cuenta las vacas no salían.
Entonces, las que estaban terminando el ordeño no podían entrar a la manga, por lo tanto, el resultado final era que si tú tardabas demasiado, el ordeño se tenía que parar.
Y que por tu culpa se retrase un ordeño en el que aún quedan 1.000, 2.000 o 3.000 vacas por ordeñar, era algo que no les hacía mucha gracia a los trabajadores. Además, estas salas de ordeño funcionan unas 23 horas al día y cualquier retraso provoca un problema de enormes dimensiones.
Dentro de estos protocolos también se incluyen las visitas veterinarias y, con esta cantidad de vacas, además de las visitas rutinarias para temas como el control reproductivo, cada granja tiene por lo menos un veterinario que trabaja de forma casi exclusiva para ellos.
A mí me gustaba ver este tipo de granjas como pequeñas ciudades, casi autosuficientes y poco dependientes de proveedores externos.
Otro aspecto que me llamó mucho la atención fue la gran cantidad de datos de los que se dispone en las explotaciones; al tener un número tan elevado de cabezas, cuanta más información tengas, mejores decisiones vas a poder tomar. Así, pude ver por primera vez sistemas de monitorización de actividad, rumia, producción lechera, etc.
En resumen, lo que me encontré en Florida fueron granjas con un elevado número de animales donde, para casi todas las preguntas que te puedan surgir trabajando en ellas, tienes una respuesta en alguno de sus protocolos, escritos minuciosamente por los veterinarios responsables.
Y son estos mismos veterinarios los que tienen que aplicar estos protocolos, como el control reproductivo o el diagnóstico y tratamiento de animales enfermos, por lo que, en estas explotaciones el veterinario es, en gran medida, el responsable de la misma, incluyendo la organización del trabajo de los empleados.
En mi opinión, este tipo de protocolos y rutinas son imprescindibles en estas granjas para su correcto funcionamiento, ya que es prácticamente imposible identificar los problemas a nivel individual, y la labor del veterinario toma relevancia tanto a nivel de rebaño, como a nivel de capacidad de organización de los grupos de trabajo.
Una vez finalizada mi etapa en Florida regresé a España, donde tuve la oportunidad de empezar a trabajar con vacuno de leche en Asturias, en el equipo de Tapia Servicios Veterinarios.
El cambio en mi vida laboral fue importante, y en esta etapa mi trabajo consistió en llevar a cabo tareas de reproducción y de clínica en ganado bovino, mayoritariamente. Como era de esperar, las granjas que visité son bastante distintas a las que había visto en Florida.
En el grupo veterinario con el que trabajaba teníamos un cartera de clientes de más de 100 ganaderos, y los tamaños de las granjas oscilaban entre 10 y 500 animales aproximadamente. Es un sistema, por lo general, familiar, donde la media del tamaño de granja se encuentra en torno a 70 animales por explotación.
En algunos casos, el tipo de granjas que encontré en la Cornisa Cantábrica eran sistemas de explotación más cercanos al extensivo que a la producción intensiva, y no era raro que, en algunas granjas, un porcentaje de los animales estuvieran una gran parte del tiempo en el “prao”.
La labor del veterinario en este contexto cambia un poco, pero no se distancia tanto como cabría esperar de lo que viví en Florida. En la mayoría de las granjas es el veterinario el que realiza las inseminaciones, lo que permite que el contacto con el cliente y con los animales sea casi diario, facilitando en gran medida la detección y la solución de problemas, así como el seguimiento y la evolución de la granja.
Una de las labores que llevaba a cabo durante esta etapa, quizá la de mayor importancia, fue el control reproductivo. A diferencia de lo que ocurría en Florida, en Asturias no existía esa presión para realizar rápido tu trabajo y, por lo tanto, tenías la oportunidad de ecografiar no sólo el útero, sino también los ovarios de cada animal, y así poder identificar de forma más precisa en qué momento del ciclo se encuentra la vaca para poder pautar el programa hormonal de forma personalizada.
Considero esta una labor esencial porque aporta una imagen del estado general de la granja ya que, con la información reproductiva que se obtiene de las vacas tenemos la posibilidad de detectar diferentes problemas que pueden aparecer.
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