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Efecto de la población de bisonte europeo en un robledal de la Cordillera Cantábrica
Históricamente, el bisonte europeo (Bison bonasus) se extendía por Europa central, sudoriental y en parte de Europa occidental, abarcando desde la frontera entre Francia y Alemania hasta el Cáucaso por el Este (Węcek et al., 2016).
Actualmente, existen dos subespecies de Bison bonasus bien diferenciadas:
La población total (2018) de Bison bonasus era de 7.532 animales; en libertad: 5.368, semilibertad: 454, cautividad: 1.710 (Raczyński, 2019).
El ambiente más adecuado para el bisonte europeos son los bosques caducifolios, siendo más propicios aquellos conformados por una mezcla con coníferas, con alguna pradera cerca siempre, sin árboles, y cubierta de pasto.
Su dieta puede ser muy variada en cuanto a especies vegetales (incluye árboles, arbustos, plantas herbáceas e incluso frutos como la bellota).
Sobre un 87-93% de la capacidad del rumen lo ocupan plantas herbáceas, y el 7-13% restante lo completan árboles y arbustos.
Por otra parte, los bisontes son rumiantes y, en su adaptación al hábitat forestal europeo, han adquirido una microbiota intestinal con mayor capacidad de digerir las ligninas (Gębczyńska et al., 1974).
En base a la información aportada por el Guarda de la Reserva, quedó demostrado que los bisontes se alimentan de la corteza de los árboles de menor perímetro, dejando estos “desnudos”, a diferencia de otras especies de la Reserva que no arrancan de esta manera las cortezas.
Existe una tendencia lineal entre la tasa de crecimiento de la corteza y el porcentaje de daño producido por el descortezamiento causado por los animales.
Dicho daño consiste principalmente en el desprendimiento de la corteza, lo que deja la madera expuesta y facilita el acceso de patógenos como, por ejemplo, especies del género Phytophthora (Moralejo et al., 2009), o insectos barrenadores que se introducen por las grietas tras el descortezamiento (Sallé et al., 2014), provocando la pudrición del fuste e incluso la muerte del árbol (Díaz, 1996).
Por otro lado, los daños causados sobre la corteza por parte de los animales conducen a la aparición de rebrotes en la zona dañada (Pedreira et al., 2017).
Una de las premisas con las que se defiende la recuperación del bisonte en nuestro país es la de proteger nuestros bosques y prevenir los incendios o minimizar sus efectos, problemática que se deriva de la importante reducción de sistemas ganaderos en extensivo y, por consiguiente, del aumento del matorral en los bosques y praderas que eran destinados a pasto (Álvarez, 1999).
Los matorrales contribuyen a agravar los incendios una vez iniciados, por lo que todas las especies herbívoras son importantes, siendo especialmente importantes aquellas que ramonean, es decir, que son capaces de consumir los brotes de las distintas plantas en la fase de matorral.
Los incendios pueden clasificarse según la superficie afectada:
Estos últimos suponen menos de un 1% de los incendios, pero son muy importantes ya que pueden llegar a suponer 1/3 de la superficie total quemada al año.
El bisonte pueden ser una solución al reducir el combustible vegetal acumulado y, consecuentemente, disminuyendo la posibilidad de que se generen grandes incendios, sin embargo, dado a que, en parte, se alimentan de las cortezas, su introducción podría suponer un riesgo también para los árboles. Por ello, son necesarios estudios previos para determinar su impacto potencial sobre las masas forestales.
Este estudio pretende arrojar luz sobre el efecto del bisonte en el bosque, y para ello se trató de comprobar:
Por otro lado, las hipótesis iniciales de las que partimos eran que:
La reserva zoológica en la que se llevó a cabo el estudio pertenece al Museo de la Fauna Salvaje de Valdehuesa (León), con un entorno montañoso y valles cubiertos de bosque caducifolio mixto, donde sobresale el roble melojo (Quercus pyrenaica), pero también algunos chopos (Populus nigra), abedules (Betula spp.) o hayas (Fagus sylvatica) en las zonas de umbría.
Para la toma de muestras en campo se consideró el conjunto de la reserva, ya que los bisontes vagaban libremente por ella. Se realizaron 3 muestreos de 10x10m, delimitados con cintas métricas (Figura 2, Figura 3b) dispuestos de forma estratificada para que fuesen representativos del conjunto.
Esta estratificación fue necesaria debido a la gran heterogeneidad de la reserva, ya que había zonas más transitadas por los animales (puntos de suplementación alimenticia), y otras más alejadas y menos accesibles.
Es importante destacar que, dentro del recinto de la reserva, los bisontes compartían el mismo espacio con otras especies de mamíferos herbívoros como gamos (Dama dama), ciervos (Cervus elaphus) o jabalís (Sus scrofa), por lo tanto, para evaluar su impacto fue necesario buscar algún efecto sobre la vegetación exclusivo de esta especie, como el descortezamiento de los árboles (que deja marcas diferentes a las provocadas por las cornamentas de los ciervos).
Las medidas tomadas a los árboles fueron las siguientes:
La estimación la hizo siempre un mismo observador que se situó a una distancia del árbol y extrapoló los 2m medidos desde la base, con la ayuda de sus manos, hasta el extremo más alto siguiendo el eje del tronco principal del árbol (Figura 3a).
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